El cultivo de alfalfa se plantea dentro de las rotaciones con una particularidad que lo diferencia del resto de los cultivos. No es otra que su durabilidad, que varía de entre cuatro y cinco años en regadío a siete u ocho en secano. En cualquier caso, según las producciones y los pies que tenga la parcela cada año, nos plantearemos su roturación al cabo de los cuatro primeros años.   

Al margen de los beneficios agronómicos que para el suelo supone -mejorante de estructura,   capacidad de fijar nitrógeno de la atmosfera por tener raíz profunda…) y que contribuye de manera muy favorable al cultivo siguiente, despierta mucho interés por la cantidad de proteína que genera su producción, por gran eficiencia en el consumo de agua, por ser un cultivo que contribuye a la reducción de CO2 atmosférico, y porque contribuye a la biodiversidad. La alfalfa consigue así implantarse cada vez más en nuestras explotaciones.

Hay que tener en cuenta varios factores para sembrar alfalfa:

  • Es muy importante elegir muy bien la parcela: que sea buena tierra y productiva será determinante en las producciones de cada año.
  • La elección y la dosis adecuada de semilla marcará la durabilidad de nuestro cultivo. No olvidemos que lo planteamos para unos cinco años, por lo que debemos elegir siempre ecotipos que se adapten a la zona. Aquí los que más se utilizan son Aragón y Tierra de Campos.
  • La alfalfa se siembra en dos épocas:

Otoño. Periodo que se extiende desde mediados de agosto hasta octubre Es determinante para el buen desarrollo del cultivo y posterior producción que el cultivo quede totalmente implantado antes de las primeras heladas.

Primavera. Siembras que se realizan desde mediados de febrero hasta abril.

  • Hacer labores que dejen el suelo nivelado (en parcelas de riego, para evitar encharcamientos). También otras necesarias para conseguir una labor somera y fina, preparada para albergar la semilla a una profundidad de 4-5 centímetros.